En lel exilio las simples acciones del día a día se hacen hogar y el territorio dejado atrás se desfigura, transformándose en un dibujo producto del nomadismo y del construirse a sí mismo en cada experiencia; se abraza una nueva naturaleza y en su preciosa fragilidad se van marcando múltiples puntos en una geografía mental en expansión, donde el instante presente se vuelve la patria a la que se le debe fidelidad. En estas circunstancias, una mesa deja su valor utilitario, se resignifica, haciéndose objeto transfigurado en cada tiempo y lugar, espacio sagrado para el encuentro con la vida y los afectos. Compartir alrededor ella es estar en un terruño efímero, cargado por el gozo de rememorar los primeros años, vivir las enseñanzas del ahora e imaginar el porvenir.